‘amor50’

Llenar la mochila de vida.

Escrito por Asun Moreno Fidalgo

Leo los periódicos y veo que Pablo Ráez ha fallecido después de una lucha feroz contra la leucemia que padecía. Una enfermedad que se pasa el día contando plaquetas, glóbulos rojos, glóbulos blancos, linfocitos. Vamos pura matemática.

Detrás de cada recuento hay un paciente, una familia, unas ilusiones, un trabajo, una vida por hacer o medio hecha. Montones de biografías y un sin fin de situaciones de lo más variadas. Cuando te dan una noticia de ese tipo la vida se paraliza  y cae sobre tí un bloque de agua fría  que durante un tiempo a tu cuerpo le  cuesta alcanzar temperatura adecuada para seguir tomando decisiones.

Los psicólogos y entendidos en este tema hablan de fases. Y de nuevo empieza el recuento de las mismas y te quieren etiquetar en cuál de ellas te sitúas.

Ufff, qué pereza!

No nos engañemos. Lidiar con una enfermedad tan devastadora como el cáncer no es tarea fácil y hace falta una dosis de energía brutal, para llegar a la aceptación y  poder convivir con ella día a  día y no digo ya con alegría.

Pruebas, analíticas, tac, punciones, quimios, dolor, malestar general, falta de sueño y un sin fin de situaciones van mermando tus fuerzas hasta extremos que hay que vivir para ser conscientes de ello.

Desde mi experiencia personal como trabajadora sanitaria y como familiar de este tipo de enfermedad he visto de todo o creo haberlo visto. Trato a menudo sino todos los días con este tipo de pacientes y tengo que decir que en muchas ocasiones te dan una lección de vida.

Las jornadas en el hospital para nosotras son duras física y emocionalmente. En ocasiones es difícil mientras nos ponemos el uniforme colgar los problemas personales en la taquilla y ponerte a trabajar. Pero nada comparado con lo que les toca a los pacientes.

Nosotras hacemos un turno laboral, ellos los hacen todos.

Saben hasta nuestras carteleras porque el hospital es su segundo hogar y en muchas el primero. Cuando llegas a una planta de éstas ya nada es tan importante como la salud. La pequeña bronca con tus hijos, o el cobro de más que te han hecho en el supermercado no tiene ningún valor, hasta lo consideras una donación.

Ellos, con sus actitudes son lecciones para nuestras vidas. Son personas anónimas que tratan de batallar con lo más importante que a mi modo de ver tenemos y es la salud. Que como el amor “ni se compra ni se vende”.

Algo que caracteriza a todos o casi todos es la ganas de vivir que tienen. Y quizás eso es lo que más me llama la atención respecto a otras dolencias. Esa alegría es la que diferencia de otras enfermedades a mi modo de ver aún más devastadora: la depresión.

Frase como: “tengo la depre “ perdonar pero me saca de mis casillas.

Quien está pasando por este trance, no sabe lo que le pasa, no reconoce su cuerpo. Sus fuerzas son escasas, la dificultad para dormir, problemas estomacales, la cabeza les estalla un sin fin de aspectos nuevos se apoderan de su vida.

Les cuesta poner palabras a sus emociones, las relaciones con los demás se vuelven una dependencia brutal, no se toleran a sí mismo, y menos a los demás. La vida se vuelve un calvario, no hay razonamiento y un sin fin de síntomas que se pueden enumerar pero no se pueden medir. Es ahí donde los especialistas encuentran un hándicap.

Todo lo que no se puede contar con números no se puede abordar con la misma facilidad. Por eso es tan difícil abordar una depresión y menos entenderla para poder llevarla lo mejor posible.

Porque aún no podemos medir la falta de serotonina, ni la cantidad de endorfinas que tenemos. Si esto fuera así su curación  sería más fácil y también lidiar con ella como familiar. Y ese estigma que conlleva toda enfermedad mental probablemente no sería tan grande.

¿Por qué todo aquello que no podemos medir nos resulta tan complejo?

De nuevo,  dejo la pregunta para los entendidos. La depresión, esa mal llamada enfermedad de los países ricos anula tanto como cualquier otra grave enfermedad. Y lo que es peor, te roba las ganas de vivir, la ilusión, la alegría. He visto en pacientes terminales las fuerzas pero no las fuerzas. Hay un deseo brutal de dar testimonio de esperanza a los que le rodean para que puedan seguir viviendo con la ausencia.

Pablo con su enfermedad nunca la perdió prueba de ello son sus testimonios en las redes sociales.

Algo que no le devolvió a un recuento apropiado de glóbulos rojos y demás pero le ayudó a dejar testimonio de vida y eso es impagable para los que nos quedamos aquí llorando su muerte.

Quiero terminar este post que nace de unas circunstancias personales, con unas palabras de optimismo y esperanza como seguro Pablo ha dejado a través de su lucha contra la leucemia. El cáncer es una enfermedad devastadora. Pero ninguna nos arrebata de una manera tan cruel las ganas de vivir, como la depresión echando la cual de ello al que la padece.

Por ello quiero poneros un plan. Hacer un ejercicio de búsqueda cada mañana en las cosas pequeñas  que estoy segura que hay muchas y muy buenas.

Llenar la mochila de la vida de ilusiones es un trabajo de  obligado cumplimiento. Pensar  durante cinco minutos aquello que os hace felices e intentar llevarlo a cabo.

Os obligará a buscar esa dicha y sobre todo a disfrutar el camino de la vida compartiéndola.

“Porque la vida compartida es mucho mejor”

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