Viajar sola después de los 50 años
Amanece de nuevo sobre el mes de marzo. El día es soleado y fresco. me toca viajar sola. Los informativos anuncian una subida de las temperaturas que no deben confiarnos. Quedan aún, tardes de rebeca y paraguas. Para observar mejor lo escrito, bajo las persianas de mi lugar de trabajo, la cocina.
Los rayos de sol atraviesan mi ventana y nublan las frases que vuelco sin descanso en el ordenador.
Este es mi mejor momento del día. El más productivo, el más emotivo, el que más socorros recibe, donde mas auxiliada me siento.
Estoy sola. Paso tiempo sola. No me sobrecoge. Al contrario, me acoge. Me acompaña en este devenir de palabras que vienen y van a veces sin sentido.
Intento ordenar mis sentimientos, mis momentos, sentirlos en el instante que los escribo.
Y tecleo: “Llegará la primavera”. La estación que Vivaldi mejor lleno de música. El pensamiento me lleva de viaje.
Pienso en mis 50 años y como aún me gusta desplazarme. La pereza no me frena a pesar de mis años. Me motiva aún más. Mi maleta y mi neceser siempre están preparados. No paran de acompañarme.
Próximo destino Madrid. Mi hija me reclama. O quizás yo la busque.
Voy en tren. Me gusta viajar sola en tren. Sentarme en la ventana si voy acompañada. En el pasillo si voy sola. Pasan las horas, los paisajes, las ideas.
Me duermo, me despierto, babeo, toso para disimular un ronquido. Me levanto, me siento. Tomo un café. Mido los tiempos.
Voy haciendo kilómetros. Leo, ojeo el móvil, observo, cierro los ojos, los abro, hago ganchillo, pongo música.
Pasan las ciudades. Voy soltando preocupaciones. Sigo haciendo el camino.
En el trayecto no me gusta hablar con nadie. Torcer mi cabeza para cruzar alguna palabra con mi compañero de viaje me agota, me cansa, me incomoda.
Tricoto y me dan conversación.
Fin de la actividad.
Observo la gente que me rodea. Lo que lee. Imagino su personalidad en mi cabeza.
Yo oculto las tapas de mi libro para protegerlas, para protegerme.
Llego a la capital. La luz, la claridad, la temperatura resaltan mi felicidad.
La estancia son tres días y el hotel elegido un piso de estudiantes. Mis “room mate” son mi hija y sus compañeras de piso.
Una nueva experiencia.
La decoración, funcional, práctica, personal. Habitaciones llenas de libros, papeles, ordenadores, cables enredados, tazas de té vacías.
Una bicicleta en el pasillo, colchones suplementarios que acogen huéspedes inesperados, sartenes sin recoger, colada recogida, compra recién hecha. Vitaminas en el aparador.
Establezco una rutina y me preparo para salir a tomar café en el barrio. El maquillaje es distinto. Mis labios tienen un rojo intenso. Mi aspecto trasmite alegría.
Cuando viajo sola me permito licencias que no son las de siempre. La ropa, los complementos son más elaborados. La compra diaria, la panadera, la librera, el quiosquero, el vendedor de la ONCE….. Todo es diferente. Las comidas, el café, el gin tonic, la gente es más abierta que en mi barrio. La rutina nos vuelve fríos.
Elijo un lugar con luminosidad para descansar. El ir y venir de los vecinos de este barrio ocupa mi tiempo. Entre trago y trago de mi café, observo la vida pasar igual que en mi viaje en tren. Miro el móvil leo, escucho, observo. Esta vez no hay kilómetros que contar.
Oigo un click. Me parece que me han fotografiado. Soy nueva por aquí. He viajado a Madrid durante toda mi vida.
Con mis padres, con amigos, soltera y últimamente he viajado sola. Hago planes con mi heredera pero ella está muy ocupada.
Preparo mi jornada y la lleno de actividad, de relax. Repito hábitos cotidianos muy impuestos. Ordeno su habitación, hago colada, limpio cacharros. Mi hija se siente intimidada e incómoda. Me recuerda que soy su invitada.
Trato de desquitarme y me dedico los tiempos libres. Me los permito, los adorno para mi. De vuelta a casa reflexionado sobre el viaje llego a la conclusión.
¡Que el lugar escogido tiene importancia pero sobre todo las razones que nos llevan a hacerlo! ¡Qué no hay destino precioso, ni horroroso!
¡Qué el mejor de los destinos puede ser hostil y el menos atractivo la mayor de las experiencias!
¡Qué lo gratificante es lo que uno descubre de uno mismo y el sitio un pretexto para sacar otros yo que la rutina enmascara!
¡Qué hay que viajar ligero de lo material y de preocupaciones para volver de nuevo con la maleta cargada de lo vivido!
Esta vez el carmín rojo intenso no volverá al neceser de viaje hasta el próximo destino.
San Sebastián, final del trayecto.
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De muy agradable lectura y familiar.